viernes, 23 de mayo de 2014

Copa Fetiche

(Por Felipe Díaz - Escrito originalmente, en vísperas del mundial Sudáfrica 2010. Lo reprodusco porque creo que no ha perdido vigencia.) 

En las flamantes custro décadas de vida que detento me ha tocado presenciar, directa o indirectamente, varios campeonatos mundiales de fútbol. Con mayor o menor  nivel de conciencia de lo que esta cita futbolera global significa, en sintonía con el grado evolutivo de mi modesto intelecto,  la he vivido con  distintos estadios emocionales.
Teniendo tan solo ocho años de edad, retuve el recuerdo indeleble de asistir a los festejos  por el primer campeonato obtenido por la selección nacional, en el obelisco, sentado en los hombros de mi padre. Ya siendo un adolescente, fui testigo de la gloria inmaculada de Diego Armando Maradona, levantando la copa  en el mundial de México 86. Me angustié también, con el llanto del mejor jugador argentino de todos los tiempos, al perder la final frente a los alemanes, en Italia 90.
Pero desde el campeonato mundial, llevado a cabo en  EEUU en 1994, mi visón del torneo que reúne a los aleccionados de todo el planeta ha cambiado.
El fetichismo de la mercancía es un concepto que Carl Marx desarrolló en su célebre obra literaria “El Capital” y, palabras más, palabras menos, consiste en que,  en cuestiones de mercado siempre nos ponen un árbol que nos termina, indefectiblemente, tapando el bosque. En otras palabras: cuanto más espectacular es la mercancía o su presentación (packaging), mas nos fascina y menos nos preguntamos de donde vino o como se hizo. En definitiva y volviendo a la idea original: el fetichismo de la mercancía oculta las condiciones de su producción y es así que, cuando compramos y lucimos, por dar un ejemplo, una prenda Dolce & Gabbna, jamás se nos ocurre que, detrás de esa prenda pudo haber un ciudadano boliviano trabajando en condiciones de esclavitud.


El fetichismo de la mercancía ha estado  presentes desde siempre en todos los campeonatos en general, y en los  organizados por la F.I.F.A., en particular.
El mundial jugado en los estadios de nuestro país sirvió para ocultar los crímenes del terrorismo de estado que solo los jugadores holandeses se animaron a denunciar; e inundar de sentimientos patrioteros a gran parte de la población de nuestro territorio nacional. La cita mundialista en México, en 1986, tapó en gran medida las consecuencias del terrible terremoto sufrido por ese país meses antes de la justa deportiva. De hecho, algunas de las víctimas del sismo intentaron hacer oír su voz; uno de los carteles más recordados decía: “El mundial 1986 es un absurdo estando México muriendo de hambre y viviendo en la calles”. También tengo muy presente una nota periodística donde se podía leer que el balón oficial del mundial de Alemania en 2006, tenía un costo aproximado de 100 euros, la misma cifra que ganaba un trabajador de la planta que pertenece a la marca de las tres tiras, que fabrica ese balón, instalada en el sudoeste asiático, en todo un mes de trabajo con jornadas laborales de hasta 12 horas.

Periferia de Johannesburgo (Sudáfrica) hoy en día.
Tal vez el término “tapar” sea un poco exagerado si se quiere; así que podríamos determinar que la palabra más exacta sea “distraer” la atención, correr el eje endulzando la vista con lindos envoltorios y  florida pirotecnia.
La cita de este año en Sud África no es la acepción. Las lentes de la mayoría de las cámaras del mundo no van a mostrar los amplios cordones de pobreza que, según la O.N.U.,  ascienden al 49,2% de la población de ese país, ni que el desempleo trepa al 25,2%. La gran mayoría de los periodistas del planeta no van a señalar que en 1948, la minoría blanca, impuso el apartheid para explotar y oprimir a los negros nativos pero sin mezclarse con ellos, o que los originarios sudafricanos llamaban Soweto al lugar que, esos mismos blancos racistas, denominaron Johannesburgo. Tampoco dirán demasiado de las violaciones a los derechos humanos y los aberrantes delitos de lesa humanidad perpetrados durante esos años de segregación, por ese 10% de blancos  contra el 80% de negros y que ni siquiera Nelson Mandela pudo castigar con la ley en la mano. A veces me da la impresión que el Nobel de la paz también se puede ganar haciendo la vista gorda…Se calcula que con lo gastado tan solo en los cinco estadios donde se juega el mundial, se podrían haber construido 60 mil viviendas…
Quiero dejar en claro que sigo disfrutando  de ver una gesta deportiva que tiene al seleccionado de  nuestro país como uno de los principales animadores,  al igual que millones de personas alrededor del mundo. Pero de un tiempo a esta parte, ese disfrute, ese fetichismos no me impide ver que detrás de de cada producto, por muy bien envueltito que esté, en algún lugar huele raro. 
Pero, si despojamos de todo el envoltorio a este circo futbolero globalizado, veremos que en realidad se trata de un espectacular negocio para algunos.

Nos pasó a nosotros en el 78, les pasó a los mexicanos en el 86 y volverá a pasar en Sud Arica dentro de un mes: Los mismos de siempre contarán sus siderales  ganancias y los “otros” mismos de siempre volverán a sus terrenales, inciertas y lamentables existencias.          

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