sábado, 27 de agosto de 2016

El flagelo es la Iglesia

El jueves 25 de agosto por la madrugada, desayunamos con la noticia de que el Convento de las Carmelitas Descalzas de Nogoyá, estaba siendo allanado por la justicia.
¡¿Qué pasó?! El chiste fácil sobrevino casi como un reflejo: “Seguro que alguno anduvo revoleando bolsos por arriba de los tapiales…” Pero no, esta vez el asunto no tenía que ver con el afuera; tenía que ver con el adentro, muy adentro…
Nogoyá se caracteriza, y muchos se ufanan de ello, de ser una localidad “muy creyente”. Lo ocurrido el jueves viene a poner negro sobre blanco: “muy creyente y nada cuestionadora”. Si quien lee estas líneas se considera o auto-percibe como católico, y se anotició, sorprendió, indignó (o todo junto), de lo que pasa puertas adentro de un convento de clausura; se lo digo con el mayor de los respetos: usted ha pecado de ignorante.
La investigación de la revista Análisis que produjo el accionar de la justicia, comenzó a principios del 2015 y debo admitir que no tiene datos que me hayan causado mayores sorpresas. Luego de leerla detenidamente, se nota una leve tendencia a endilgarles las culpas a las dos madres superioras que han pasado por el convento y al arzobispado. Es lógico, la psiquis humana tiene la tendencia natural de buscar chivos expiatorios para condenar a la menor cantidad de villanos posible, para eximir de culpas a un apabullante número de cómplices por acción, omisión o directamente ignorancia.   
La orden de las Carmelitas Descalzas fue creada por Teresa de Ávila (Santa Tersa de Jesús), que padecía de delirios místicos como tantos otros “santos” medievales, en 1562 porque no estaba de acuerdo con la “relajación” de las normas en otros conventos. La santa, entre otras cosas, también se auto-flagelaba.
La autoflagelación está perfectamente contemplada y aprobada dentro del dogma católico, como bien lo han señalado el arzobispo de Paraná, monseñor Juan Alberto Puiggari y su vocero. Es una práctica más común de lo que muchos “católicos relajados” creen y a la hora de justificar esta práctica se aduce la necesidad de “dominar la carne”. Eso si: “que la mano derecha no sepa lo que hace la mano izquierda”. Tan naturalizado está, que el mismísimo arzobispo no encuentra dónde estaría el delito que justifique un allanamiento.


Pero yendo al corazón del Cristianismo en general, y el Católico en particular, debería ser bien sabido por cualquier feligrés, que el dogma se centra en el sufrimiento terrenal para alcanzar la vida eterna. Cristo, siendo hijo de dios, vino al mundo como hombre para ser martirizado y asesinado, y de ese modo salvar al mundo del pecado. El hombre humillado, flagelado, torturado y crucificado es la imagen icónica por excelencia, que cuelga de las paredes y cuellos de millones.
Uno de los iconos intocables y mejor promocionados del Catolicismo moderno, como lo es la Madre Teresa de Calcuta que también se auto-flagelaba, sostenía: “Hay algo muy hermoso en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la Pasión de Cristo. El mundo gana mucho con el sufrimiento (1981).” Por cierto, el periodista y escritor inglés Christopher Hitchens, realizó una investigación sobre la beata de Calcuta y su orden: “Misioneras de la Caridad”. Descubrió situaciones muy similares a las que ocurren en el convento que está a metros de nuestras narices, y mucho más. Le recomiendo la lectura de su libro: “The Missionary Position: Mother Teresa in Theory and Practice” (1995)


Volviendo al allanamiento del convento, está claro que la estrategia eclesiástica está marcando que hay que sacar la autoflagelación y las torturas del centro del debate y apuntarle a la justicia por actuar con tanta celeridad contra la iglesia y no hacerlo de igual modo en otros temas, por ejemplo la corrupción. Está comprobado que victimizarse  siempre funciona…
Si llegó hasta esta altura del texto, tal vez tenga ganas de aventurase al desafío de pensar por sí mismo. Si es así, debería comenzar por hacerse preguntas y nunca más dejar de hacerlo. ¿Qué preguntas surgen sobre este caso? Bueno, hay una que es clave. A saber:
¿Se atreverá la justicia nogoyasera a sentar jurisprudencia contra una institución-corporación tan poderosa como la iglesia católica, o quedará todo en un mal recuerdo anecdótico y pedido de disculpas? 
Supongamos que la justicia decide ponerse los pantalones largos y descontando que lo ocurrido en el convento de Nogoyá no es una excepción, sino todo lo contrario: ¿Qué hará la justicia con los demás conventos de la provincia, del país y del mundo?
Tal vez al lector se le han ocurrido otras preguntas. A mi hay una que me viene dando vueltas en la cabeza: ¿Qué hubiera pasado si en vez de un convento de monjas católicas, esto hubiera sucedido en un claustro de, por ejemplo, “testigos de Jehová”? Si bien la pregunta es contra fáctica, no hay dudas que las cosas hubieran sido muy diferentes.



Lo seguro es que existe muchísima gente de bien que sigue adhiriendo a un dogma religioso que no conoce. Bautiza a sus hijos, va a misa, celebra los días patronales, prende la vela al santo de turno, solo porque es un fenómeno conocido como herencia cultural y se deja llevar por la corriente. Pero lamento tener que decir que, por muy relajado que sea su catolicismo, ustedes también tienen una pequeña parte de culpa en cada cilicio o cada látigo que flagela el cuerpo de algún fanático que cree que con eso les hace un bien a los demás.




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