Quisiera que siga abierta la reflexión, quisiera que no se cierre el debate, como se pretende sobre el tema del aborto. Tema que se ha vuelto más urticante para quienes buscan una alianza estratégica con el estado vaticano, estimulados por la realidad de que el papa es argentino y peronista, y por la esperanza de que dios también lo sea. Uno de los voceros más populares y con más rating mediático que tiene el patriarcado, viene de nuestras entrañas. Las mujeres podemos esperar… Dicen entonces, después de rápidas lecturas de Maquiavelo.
Pero no es esta columna para multiplicar la audiencia papal. Quiero hablar de nosotras, de nuestros derechos. De la necesidad de dar legalidad al derecho a decidir sobre nuestros cuerpos.
Todos, todas, todes quizá recuerden que hay al menos dos proyectos de interrupción del embarazo presentados en el Congreso que son, año tras año cajoneados. Hay también, falta de voluntad política para impulsar el tratamiento y aprobación de una ley que nos ampare en este derecho.
En el año 2011, tras ser boicoteada en la cámara de Diputados la discusión del proyecto de ley presentado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el ministro de Justicia de la Nación, Julio Alak, afirmó que la discusión sobre la despenalización y legalización del aborto en nuestro país “no está en la agenda del Ejecutivo”. (y tenía razón, claro que eso no debería impedir el debate…)
Hace pocos días, a comienzos de abril, el senador Aníbal Fernández, quizá justificando una vez más la decisión del Gobierno nacional de no impulsar este debate en el Congreso, se escudó en la efervescencia social que generó la asunción del argentino Jorge Bergoglio como cabeza de la Iglesia Católica. “Si vos me decís que antes era difícil sacar el tema del aborto, ahora es imposible”, declaró. Curiosamente, en la misma entrevista había afirmado que la designación de Francisco no iba a resultar una traba para la reforma del Código Civil que impulsa el oficialismo: “¿Vas a negar la existencia o la posibilidad de algunas formas de matrimonio, de concepción? Si se practican todos los días, ¿no las vas a regular? Es negar una realidad a gritos”.
Eso decía el senador mientras negaba lo que grita esta otra realidad: con o sin ley que garantice el acceso al sistema de salud las mujeres abortan, abortamos. En Argentina anualmente unas 400 mil mujeres interrumpen sus embarazos. Entre 300 y 400 mujeres mueren anualmente. Son datos del Ministerio de Salud de la Nación: la principal causa de muerte de las mujeres son los abortos clandestinos.
El domingo pasado, en una entrevista publicada por el diario Tiempo Argentino, el juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Eugenio Zaffaroni realizó polémicas declaraciones sobre este tema, si bien la nota comenzaba hablando de cine. (Es que él hace las veces de presentador de un nuevo ciclo de cine en la TV Pública, y está en todo su derecho de hacerlo, no vamos aquí a criticar este aspecto, sino a remarcarle y recordarnos que su palabra, que aquello que diga, no es ingenuo, no lo dice cualquier comentarista de cine…)
Mientras por un lado en la entrevista afirmaba preguntándose “¿Y qué es la Ley de Matrimonio Igualitario sino el respeto a la autonomía de conciencia”, por el otro nos negaba a las mujeres nuestra propia autonomía… Leo textual: “Hay quien piensa que el aborto es un pedacito del Código Penal, y hay quienes pensamos que el aborto son un millón de fetos pudriéndose en un cerro”. Los abortos, para Zaffaroni “se cometen”, según sus palabras, cual si fueran un crimen, dándole legitimidad a la penalización con esa precisa manera de nombrar nuestro derecho. Dice también el juez Zaffaroni, quien se presenta como progresista y en muchos sentidos lo ha sido o lo es: “Frente a este fenómeno, hay dos políticas. Una es no hacer nada y dejar el pedacito de papel. La otra es pensar cómo bajar el cerro. Y el cerro no se baja con el pedacito de papel, porque el pedacito de papel no sirve para nada.”
¿Un millón de fetos Zaffaroni? ¿Un cerro en el que se pudren? Las metáforas resultan espeluznante. Eso, él bien lo sabe, no es inocente. Recurre a las imágenes más antiguas, a los miedos más viscerales, para bloquear una iniciativa que nos devuelva a las mujeres el derecho a decidir sobre nosotras mismas, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras vidas. Parafraseando algún dicho, no hay nada más parecido a un machista conservador, que un machista progresista.
Pero no es esta columna para multiplicar la audiencia papal. Quiero hablar de nosotras, de nuestros derechos. De la necesidad de dar legalidad al derecho a decidir sobre nuestros cuerpos.
Todos, todas, todes quizá recuerden que hay al menos dos proyectos de interrupción del embarazo presentados en el Congreso que son, año tras año cajoneados. Hay también, falta de voluntad política para impulsar el tratamiento y aprobación de una ley que nos ampare en este derecho.
En el año 2011, tras ser boicoteada en la cámara de Diputados la discusión del proyecto de ley presentado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el ministro de Justicia de la Nación, Julio Alak, afirmó que la discusión sobre la despenalización y legalización del aborto en nuestro país “no está en la agenda del Ejecutivo”. (y tenía razón, claro que eso no debería impedir el debate…)
Hace pocos días, a comienzos de abril, el senador Aníbal Fernández, quizá justificando una vez más la decisión del Gobierno nacional de no impulsar este debate en el Congreso, se escudó en la efervescencia social que generó la asunción del argentino Jorge Bergoglio como cabeza de la Iglesia Católica. “Si vos me decís que antes era difícil sacar el tema del aborto, ahora es imposible”, declaró. Curiosamente, en la misma entrevista había afirmado que la designación de Francisco no iba a resultar una traba para la reforma del Código Civil que impulsa el oficialismo: “¿Vas a negar la existencia o la posibilidad de algunas formas de matrimonio, de concepción? Si se practican todos los días, ¿no las vas a regular? Es negar una realidad a gritos”.
Eso decía el senador mientras negaba lo que grita esta otra realidad: con o sin ley que garantice el acceso al sistema de salud las mujeres abortan, abortamos. En Argentina anualmente unas 400 mil mujeres interrumpen sus embarazos. Entre 300 y 400 mujeres mueren anualmente. Son datos del Ministerio de Salud de la Nación: la principal causa de muerte de las mujeres son los abortos clandestinos.
El domingo pasado, en una entrevista publicada por el diario Tiempo Argentino, el juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Eugenio Zaffaroni realizó polémicas declaraciones sobre este tema, si bien la nota comenzaba hablando de cine. (Es que él hace las veces de presentador de un nuevo ciclo de cine en la TV Pública, y está en todo su derecho de hacerlo, no vamos aquí a criticar este aspecto, sino a remarcarle y recordarnos que su palabra, que aquello que diga, no es ingenuo, no lo dice cualquier comentarista de cine…)
Mientras por un lado en la entrevista afirmaba preguntándose “¿Y qué es la Ley de Matrimonio Igualitario sino el respeto a la autonomía de conciencia”, por el otro nos negaba a las mujeres nuestra propia autonomía… Leo textual: “Hay quien piensa que el aborto es un pedacito del Código Penal, y hay quienes pensamos que el aborto son un millón de fetos pudriéndose en un cerro”. Los abortos, para Zaffaroni “se cometen”, según sus palabras, cual si fueran un crimen, dándole legitimidad a la penalización con esa precisa manera de nombrar nuestro derecho. Dice también el juez Zaffaroni, quien se presenta como progresista y en muchos sentidos lo ha sido o lo es: “Frente a este fenómeno, hay dos políticas. Una es no hacer nada y dejar el pedacito de papel. La otra es pensar cómo bajar el cerro. Y el cerro no se baja con el pedacito de papel, porque el pedacito de papel no sirve para nada.”
¿Un millón de fetos Zaffaroni? ¿Un cerro en el que se pudren? Las metáforas resultan espeluznante. Eso, él bien lo sabe, no es inocente. Recurre a las imágenes más antiguas, a los miedos más viscerales, para bloquear una iniciativa que nos devuelva a las mujeres el derecho a decidir sobre nosotras mismas, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras vidas. Parafraseando algún dicho, no hay nada más parecido a un machista conservador, que un machista progresista.
Pero veamos los argumentos. El “pedacito de papel” al que se refiere, no es ni más ni menos que una ley que modifique el Código Penal y garantice el aborto seguro y gratuito para todas las mujeres que resuelvan, con autonomía de conciencia y decidiendo sobre sus propios cuerpos, interrumpir un embarazo y no con eso llenar un cerro de fetos, por que lo que abortamos, caballero Zaffaroni, déjeme decirle, son embriones.
También aseguró el juez que la asignación universal por hijo (AUH), es la “mejor política anti aborto” posible, y dijo que “ en la Argentina tenemos un problema grande de abortos por comodidad” además de “el aborto de la pobreza”. (Qué categoría extraña la de ‘abortos por comodidad’ que nos convierte en simples holgazanas, ¿Será que para el juez las mujeres no somos sujetas de derecho?)
Por un lado, -como bien escribe Julia Titto-, resulta difícil asegurar que las mujeres interrumpen hoy menos sus embarazos que hace 20 años, ya que no existe ningún relevamiento estadístico ni monitoreo social que así lo demuestre. Aún dándole el beneficio de la duda, y suponiendo que esto fuera así, cabe preguntarse por las mujeres que deciden abortar por cualquier otra cuestión que no sea la económica. Además, desde mi punto de vista y el de muchas de nosotres, la mejor política antiaborto es la educación sexual y el cumplimiento de los programas de salud reproductiva.
Pero por otra parte, el derecho que las mujeres tenemos sobre nuestros cuerpos, –aunque no sea respetado por iglesias y estados- parece también para Zaffaroni algo fuera del marco de lo posible. Y sin embargo, -debemos repetirlo-, una mujer aborta no solo por causas socio económicas, que son apenas un factor más y no el único.
La mujeres abortamos para evitar la maternidad, para posponerla, por problemas en la relación que ocasionó ese embarazo, por cuestiones de edad, (porque somos demasiado jóvenes o demasiado grandes), por problemas de salud, -pregúntele a los hijos de Ana María Acevedo, doctor Zaffaroni-, por reacción frente a la coerción también se aborta, porque muchas veces el embarazo es producto de una relación forzada. Pregunte Zaffaroni a las mujeres violadas por las fuerzas represivas en la dictadura.
El punto, de todos modos, es que no son los hombres los que deben decidir si somos cómodas porque no deseamos ser madres en determinadas circunstancias. Son muchos los motivos, y tienen en común que se tratan en general de embarazos no deseados, no planificados. Y más allá de si es una decisión difícil o una operación sencilla, atravesada por lo cultural, lo que está claro es que ninguna mujer se embaraza para abortar.
Yo abogo desde este espacio, por si no quedó claro, por un estado laico y por aborto legal, seguro y gratuito!
Reivindico la autonomía de conciencia de las mujeres y el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. Y pido a quienes corresponda, que se saquen la careta, dejen a un lado la hipocresía y permitan abrir la reflexión para que siga el debate.
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