viernes, 9 de noviembre de 2018

Goodbye Stalin

Escrita y publicada al cumplirse 25 años de la caida del Muro de Berlín en 2014. (Por Felipe Díaz)

25 años no es nada y sobre todo cuando hablamos de procesos históricos planetarios. 25 años son los que se cumplen hoy de uno de esos hechos que, por su tremenda envergadura, cuesta comprender en su totalidad sin un esfuerzo analítico medianamente elaborado. Solo la distancia del tiempo transcurrido y los cambios enormes que se dieron en consecuencia, nos dan un panorama más completo y verdadera conciencia de lo que significó la caída del Muro de Berlín.
     En nuestro país, para el común de los mortales, pasó casi  desapercibida la noticia, tapada por la cruel realidad nacional de hiperinflación, saqueos y traspaso del mando presidencial adelantado.
     En los países que se ubican en el escalón mas alto del podio mundial, también llamados del “primer mundo” o  “desarrollados”, los gurús del libre mercado, el consumismo salvaje y la desregulación absoluta, proclamaban “la muerte de las ideologías” y los mas exaltados eruditos del “tanto tengo, tanto valgo”, dictaminaron “el fin de la historia”. Quedaba instalada así, en el inconsciente colectivo mundial, la idea de la desaparición del Socialismo, impuesta por los dueños de casi todo y tan conveniente a sus intereses.
     Aquél 9 de noviembre de 1989, después de mas de 40 años de un mundo bipolar y guerra fría, se establecía un nuevo orden mundial que tenia y tiene a Estados Unidos como potencia hegemónica, que imponía, de ahí en mas, sus máximas al mundo: “TODO tiene un precio; TODO es mercancía”. Esta fue la definitiva consolidación global del tsunami que se conoce como “Neoliberalismo”.
     Muy pocos, en esos momentos, se percataron de que lo que en verdad fenecía ese histórico día era nada mas (y nada menos) que el absolutismo Estalinista. Inclusive, el grueso de la misma izquierda global cayó en un profundo desánimo y confusión depresiva. Seguramente León Trotsky, el Che Guevara o Salvador Allende también habrían levantado la copa, de haber estado vivos, aquella jornada al ver como expiraba el régimen que le daba tan mal nombre al verdadero socialismo.
     El caso polaco fue emblemático en aquel proceso. Los trabajadores de los astilleros de Gdansk, liderados por el gremialista Lech Walesa, lucharon con éxito durante años por la libertad de sindicalizarse primero, y contra el gobierno comunista después, hasta la caída del muro. En 1990, Walesa es consagrado presidente de Polonia por el 70 % de los votos, con la libertad de mercado como bandera y estandarte. En 1997 el astillero se privatizó, adquirido por una empresa ucraniana que terminó por cerrarlo ya que consideraba inviable el negocio y hoy exige la intervención del estado, lo que está prohibido por la Unión Europea de la cual Polonia es miembro desde el 2004. ¡Vaya paradoja! ¿Verdad?       
     Aquel muro se mantuvo 28 años en pié y su demolición, propagada como la pulverización del ideario socialista, tronó hasta en el último rincón del planeta. Muy distinta ha sido la difusión del colapso del “otro muro” neoliberal, a 25 años de aniquilado aquel de concreto, y que es mostrada como un exceso de algunos chicos “descarriados” que en su ansiedad de lucro se portaron “un poco mal”. Los distintos gobiernos terminan de amortiguar el efecto inyectándoles cifras de dinero inverosímiles, que aportan los contribuyentes (ciudadanos comunes) al sistema, a las entidades financieras responsables de semejante despropósito, con la promesa de una severa “nalgueadita”.
     Se ha dado, en Latinoamérica, el curioso caso de que esta carrera desenfrenada e inmoral globalizada que desató el achicamiento de los estados a su mínima expresión, privatizaciones de los recursos naturales,  mercados completamente desregulado y ajustes macroeconómicos insufribles para el grueso de las poblaciones, se chocó de frente con la cruda realidad de ser una maquina de excluir y desechar gente del sistema, pero diez años antes que en el resto del globo. En el cono sur, algunos de los alumnos más obedientes de esa receta, vimos como en el 2001 la crisis en nuestro país se llevaba puesto un gobierno incapaz de encontrar soluciones alternativas y de casi nada. Es así que hoy se erigen varios gobiernos progresistas y de centro-izquierda en un hecho inédito para la región que, en muchos casos, se encuentran en la disyuntiva de profundizar los cambios o estancarse con el consiguiente riesgo del reposicionamieno de la derecha que vuelve con el discurso engañoso de un capitalismo “humanizado”.
      Se tendrá que pensar y repensar que es y que significa el “Socialismo del siglo XXI”, y sobre todo, por el momento coyuntural, hasta donde está dispuesto a llegar en Latinoamérica.
     Las utopías, por definición, son inalcanzables, pero tratando de llegar a ellas es que avanzamos. Parafraseando a Voltaire que alguna vez dijo: “Si Dios no existiera, tendríamos que inventarnos uno”; creo que si otro mundo mas justo, donde el éxito de algunos no signifique tirar a muchísimos al caño, un mundo mas equitativo en el que la calidad de vida no se mida por la cantidad de cosas, un mundo pacífico donde los ejércitos nacionales sean solo mera decoración para los desfiles no es posible, también tendremos que inventarlo.

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