25 años no es nada y sobre todo cuando
hablamos de procesos históricos planetarios. 25 años son los que se cumplen hoy
de uno de esos hechos que, por su tremenda envergadura, cuesta comprender en su
totalidad sin un esfuerzo analítico medianamente elaborado. Solo la distancia
del tiempo transcurrido y los cambios enormes que se dieron en consecuencia,
nos dan un panorama más completo y verdadera conciencia de lo que significó la
caída del Muro de Berlín.
En
nuestro país, para el común de los mortales, pasó casi desapercibida la noticia, tapada por la cruel
realidad nacional de hiperinflación, saqueos y traspaso del mando presidencial
adelantado.
En
los países que se ubican en el escalón mas alto del podio mundial, también
llamados del “primer mundo” o
“desarrollados”, los gurús del libre mercado, el consumismo salvaje y la
desregulación absoluta, proclamaban “la muerte de las ideologías” y los mas
exaltados eruditos del “tanto tengo, tanto valgo”, dictaminaron “el fin de la
historia”. Quedaba instalada así, en el inconsciente colectivo mundial, la idea
de la desaparición del Socialismo, impuesta por los dueños de casi todo y tan
conveniente a sus intereses.
Aquél 9 de noviembre de 1989, después de mas de 40 años de un mundo
bipolar y guerra fría, se establecía un nuevo orden mundial que tenia y tiene a
Estados Unidos como potencia hegemónica, que imponía, de ahí en mas, sus
máximas al mundo: “TODO tiene un precio; TODO es mercancía”. Esta fue la
definitiva consolidación global del tsunami que se conoce como
“Neoliberalismo”.
Muy
pocos, en esos momentos, se percataron de que lo que en verdad fenecía ese
histórico día era nada mas (y nada menos) que el absolutismo Estalinista.
Inclusive, el grueso de la misma izquierda global cayó en un profundo desánimo
y confusión depresiva. Seguramente León Trotsky, el Che Guevara o Salvador
Allende también habrían levantado la copa, de haber estado vivos, aquella
jornada al ver como expiraba el régimen que le daba tan mal nombre al verdadero
socialismo.
El
caso polaco fue emblemático en aquel proceso. Los trabajadores de los
astilleros de Gdansk, liderados por el gremialista Lech Walesa, lucharon con
éxito durante años por la libertad de sindicalizarse primero, y contra el
gobierno comunista después, hasta la caída del muro. En 1990, Walesa es consagrado
presidente de Polonia por el 70 % de los votos, con la libertad de mercado como
bandera y estandarte. En 1997 el astillero se privatizó, adquirido por una
empresa ucraniana que terminó por cerrarlo ya que consideraba inviable el
negocio y hoy exige la intervención del estado, lo que está prohibido por la Unión Europea de la cual
Polonia es miembro desde el 2004. ¡Vaya paradoja! ¿Verdad?
Aquel muro se mantuvo 28 años en pié y su demolición, propagada como la
pulverización del ideario socialista, tronó hasta en el último rincón del
planeta. Muy distinta ha sido la difusión del colapso del “otro muro”
neoliberal, a 25 años de aniquilado aquel de concreto, y que es mostrada como
un exceso de algunos chicos “descarriados” que en su ansiedad de lucro se
portaron “un poco mal”. Los distintos gobiernos terminan de amortiguar el
efecto inyectándoles cifras de dinero inverosímiles, que aportan los
contribuyentes (ciudadanos comunes) al sistema, a las entidades financieras
responsables de semejante despropósito, con la promesa de una severa “nalgueadita”.
Se ha dado, en Latinoamérica, el curioso caso
de que esta carrera desenfrenada e inmoral globalizada que desató el achicamiento
de los estados a su mínima expresión, privatizaciones de los recursos
naturales, mercados completamente desregulado
y ajustes macroeconómicos insufribles para el grueso de las poblaciones, se
chocó de frente con la cruda realidad de ser una maquina de excluir y desechar
gente del sistema, pero diez años antes que en el resto del globo. En el cono
sur, algunos de los alumnos más obedientes de esa receta, vimos como en el 2001
la crisis en nuestro país se llevaba puesto un gobierno incapaz de encontrar
soluciones alternativas y de casi nada. Es así que hoy se erigen varios
gobiernos progresistas y de centro-izquierda en un hecho inédito para la región
que, en muchos casos, se encuentran en la disyuntiva de profundizar los cambios
o estancarse con el consiguiente riesgo del reposicionamieno de la derecha que
vuelve con el discurso engañoso de un capitalismo “humanizado”.
Se
tendrá que pensar y repensar que es y que significa el “Socialismo del siglo
XXI”, y sobre todo, por el momento coyuntural, hasta donde está dispuesto a
llegar en Latinoamérica.
Las
utopías, por definición, son inalcanzables, pero tratando de llegar a ellas es
que avanzamos. Parafraseando a Voltaire que alguna vez dijo: “Si Dios no existiera,
tendríamos que inventarnos uno”; creo que si otro mundo mas justo, donde el
éxito de algunos no signifique tirar a muchísimos al caño, un mundo mas
equitativo en el que la calidad de vida no se mida por la cantidad de cosas, un
mundo pacífico donde los ejércitos nacionales sean solo mera decoración para
los desfiles no es posible, también tendremos que inventarlo.
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