(Por Felipe Díaz - Escrito originalmente, en vísperas del mundial Sudáfrica 2010. Lo reprodusco porque creo que no ha perdido vigencia.)
En las flamantes custro décadas de vida que detento me ha
tocado presenciar, directa o indirectamente, varios campeonatos mundiales de fútbol. Con mayor o menor nivel de
conciencia de lo que esta cita futbolera global significa, en sintonía con el
grado evolutivo de mi modesto intelecto,
la he vivido con distintos estadios
emocionales.
Teniendo tan solo ocho años de edad, retuve el recuerdo
indeleble de asistir a los festejos por
el primer campeonato obtenido por la selección nacional, en el obelisco,
sentado en los hombros de mi padre. Ya siendo un adolescente, fui testigo de la
gloria inmaculada de Diego Armando Maradona, levantando la copa en el mundial de México 86. Me angustié
también, con el llanto del mejor jugador argentino de todos los tiempos, al
perder la final frente a los alemanes, en Italia 90.
Pero desde el campeonato mundial, llevado a cabo en EEUU en 1994, mi visón del torneo
que reúne a los aleccionados de todo el planeta ha cambiado.
El fetichismo de la mercancía es un concepto que Carl Marx
desarrolló en su célebre obra literaria “El Capital” y, palabras más, palabras
menos, consiste en que, en cuestiones de
mercado siempre nos ponen un árbol que nos termina, indefectiblemente, tapando
el bosque. En otras palabras: cuanto más espectacular es la mercancía o su presentación
(packaging), mas nos fascina y menos nos preguntamos de donde vino o como se
hizo. En definitiva y volviendo a la idea original: el fetichismo de la
mercancía oculta las condiciones de su producción y es así que, cuando
compramos y lucimos, por dar un ejemplo, una prenda Dolce & Gabbna, jamás
se nos ocurre que, detrás de esa prenda pudo haber un ciudadano boliviano
trabajando en condiciones de esclavitud.
El fetichismo de la mercancía ha estado presentes desde siempre en todos los
campeonatos en general, y en los
organizados por la F.I .F.A.,
en particular.
El mundial jugado en los estadios de nuestro país sirvió
para ocultar los crímenes del terrorismo de estado que solo los jugadores
holandeses se animaron a denunciar; e inundar de sentimientos patrioteros a
gran parte de la población de nuestro territorio nacional. La cita mundialista
en México, en 1986, tapó en gran medida las consecuencias del terrible
terremoto sufrido por ese país meses antes de la justa deportiva. De hecho,
algunas de las víctimas del sismo intentaron hacer oír su voz; uno de los
carteles más recordados decía: “El mundial 1986 es un absurdo estando México
muriendo de hambre y viviendo en la calles”. También tengo muy presente una
nota periodística donde se podía leer que el balón oficial del mundial de
Alemania en 2006, tenía un costo aproximado de 100 euros, la misma cifra que
ganaba un trabajador de la planta que pertenece a la marca de las tres tiras,
que fabrica ese balón, instalada en el sudoeste asiático, en todo un mes de
trabajo con jornadas laborales de hasta 12 horas.
Periferia de Johannesburgo (Sudáfrica) hoy en día. |
Tal vez el término “tapar” sea un poco exagerado si se
quiere; así que podríamos determinar que la palabra más exacta sea “distraer”
la atención, correr el eje endulzando la vista con lindos envoltorios y florida pirotecnia.
La cita de este año en Sud África no es la acepción. Las
lentes de la mayoría de las cámaras del mundo no van a mostrar los amplios
cordones de pobreza que, según la
O.N .U., ascienden al
49,2% de la población de ese país, ni que el desempleo trepa al 25,2%. La gran
mayoría de los periodistas del planeta no van a señalar que en 1948, la minoría
blanca, impuso el apartheid para explotar y oprimir a los negros nativos pero
sin mezclarse con ellos, o que los originarios sudafricanos llamaban Soweto al
lugar que, esos mismos blancos racistas, denominaron Johannesburgo. Tampoco
dirán demasiado de las violaciones a los derechos humanos y los aberrantes
delitos de lesa humanidad perpetrados durante esos años de segregación, por ese
10% de blancos contra el 80% de negros y
que ni siquiera Nelson Mandela pudo castigar con la ley en la mano. A veces me
da la impresión que el Nobel de la paz también se puede ganar haciendo la vista
gorda…Se calcula que con lo gastado tan solo en los cinco estadios donde se
juega el mundial, se podrían haber construido 60 mil viviendas…
Quiero dejar en claro que sigo disfrutando de ver una gesta deportiva que tiene al
seleccionado de nuestro país como uno de
los principales animadores, al igual que
millones de personas alrededor del mundo. Pero de un tiempo a esta parte, ese
disfrute, ese fetichismos no me impide ver que detrás de de cada producto, por
muy bien envueltito que esté, en algún lugar huele raro.
Pero, si despojamos de todo el envoltorio a este circo
futbolero globalizado, veremos que en realidad se trata de un espectacular
negocio para algunos.
Nos pasó a nosotros en el 78, les pasó a los mexicanos en el
86 y volverá a pasar en Sud Arica dentro de un mes: Los mismos de siempre
contarán sus siderales ganancias y los
“otros” mismos de siempre volverán a sus terrenales, inciertas y lamentables
existencias.
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